martes, 14 de agosto de 2018

MI MUÑECA. Segunda parte

Relato ganador del IV Concurso de Literatura y poesía organizado por la Asociación ocio-cultural de Naredo de Fenar.

Y entonces su tono de voz se tornó viajero.
Yo me crié en un pueblo de montaña. Situado en un valle recorrido por un riachuelo cuyas aguas caprichosas se vierten hacia el río Torío y el Bernesga.
Rodeado de pastizales donde por doquier las flores se disponen a su antojo pintando de arco-iris el paisaje.Vivía con la abuela Águeda en una modesta vivienda. Ella era una mujer dura y severa. A veces me pegaba con una vara de avellano.

.- ¡Niña del demonio! Siempre revolviendo. Tienes la cabeza a pájaros. Eres peor que una bestia. Si hasta el nombre tienes de demonio. Pero claro de  una madre loca no podía salir otra cosa. Tara. La llamaremos así por lo que el viento se llevó. A ella tenía que habérsela llevado Satán por arrastrar a mi hijo tan lejos dejándome aquí a esta inútil. Que anda siempre como una loca subiéndose a los árboles como los rapaces en busca de nidos. Santos Fabián y Sebastián ¿que voy a hacer con esta criatura?.

 La abuela siempre invocaba a estos santos porque según los más viejos del pueblo, en los años treinta, la casa en ruinas que la abuela heredó se había edificado sobre los restos de una ermita dedicada a estos mártires. En ella había criado a sus tres hijos huérfanos de un padre que se hizo al monte en tiempos de la guerra. Mi padre era el mayor. Cuando mi madre se lo llevó a Londres buscando un mejor futuro, él acababa de entrar a trabajar en la recién inaugurada Fábrica de cementos de la Robla huyendo del polvo negro de la mina que la Vasco, también dueña de la cementera, tenía en la Valcueva.

.- Eres un calco de tu madre. ¡Cómo  engatusó a mi Félix con su pelo rubio y aquellos ojitos estúpidos de muñequita! Una bruja es lo que era. Todo el día oyendo a aquellos melenudos con la oreja pegada en el transistor. Los “bitels”. Y “pallá” marcharon con ellos. A quien se le ocurre marcharse a un país donde nunca sale el sol. ¡Mira cómo me miras! Se nota que no te gusto nada pájara. Y era  entonces cuando la abuela entraba presurosa a la casa buscando aquella rama que cimbreaba al viento antes de impactar en mi piel.

Yo me escapaba corriendo al Castro. Mi refugio. Allí me sentía como una princesa de cuento. La maestra decía que en aquel lugar y en tiempos del rey Ordoño II se había edificado un castillo.  Solía ir con las ovejas del rebaño familiar porque su situación permitía  divisar todo el valle del Torío. Imaginaba tiempos en que los fenariegos habían sido visitados por tropas romanas cuyos caballos repostaban en ambos ríos. La maestra también decía que el rey Fernando I dotó a las tierras del estatuto de Fuero especial lo que trajo como consecuencia tener que rendir tributos a reyes y eclesiásticos. Todo ello hacía que mis sueños infantiles creyeran ser heredera de la sangre azul de antiguos pobladores. A veces, me acompañaba Enzo, un niño dos años mayor que yo que solía ser eco de las burlas en el colegio por ser distinto, lo que ahora llamamos un niño con necesidades educativas especiales. Tenía ojos negros de príncipe árabe. Como dicen los ingleses, los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos.


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