miércoles, 23 de mayo de 2018

REFUGIADOS





La muerte se ha olvidado de nosotros. Afortunados. Menos mal que la abuela duerme. Cuando salimos de Qaraqosh no sabíamos dónde acabaríamos. Daesh nos dio veinticuatro horas para decidir convertirnos, pagar el tributo individual por cada miembro o marcharnos definitivamente. Nadie quiso claudicar. Por eso acabamos aquí. La abuela lloraba por sus ojos sin vida. Así que decidí llevármela cargándola en brazos  kilómetros y kilómetros a través del desierto. Los kurdos nos tratan bien. Pero echo de menos a mis amigos, y a Myrian. Esos ojos miel en los que me gustaba perderme. Quizá mañana podamos regresar a casa.

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