sábado, 3 de febrero de 2018

EL REGRESO




Érase que se era, un hermoso pueblo escondidito entre montañas en el que los habitantes vivían todo lo felices que se pueden ser en aquestos   tiempos de preocupaciones in hac valle lacrimarum. En aquella feligresía se vivía todo con la intensidad fresca de los que están expuestos a los saludables aires de las gentes de altura de miras y almas.
Nacimientos, cada vez más escasos, defunciones en triste aumento y sobre todo festejos eran celebrados y reseñados con solemnidad. Pues bien, he aquí que en una solemnidad local tuvo el noble párroco el atrevimiento - propiciado por la imposibilidad de la bilocación, cualidad solo atribuida a humanos tocados con el don de la santidad - de delegar la celebración de la misa del patrono en un sacerdote foráneo que encima tuvo la mala fortuna de errar en la hora de comienzo de la celebración litúrgica. Por ambos motivos llegaron los idus de marzo y la desgracia cayó sobre el sacerdote. Algunos  políticos locales con bastón de mando tuvieron a bien declararle persona non grata sometiendo su persona a escarnio público. Curiosamente, parte de los regidores que por natura se supondrían no afines a la figura del párroco, votaron en contra de lo que consideraban traición e ignominia.
Pero el pueblo se alzó en lucha.  Constatada la injusticia se recogieron firmas, se movilizaron afectos y  las gentes, tanto devotas como profanas, exigieron la vuelta de su párroco.
El cariño del pueblo pugnó en rebeldía porque se le restituyera al bueno de D. Paco, que así se llamaba el sacerdote,  la honra arrebatada.
El resultado fue que la corporación en pleno revocó la decisión. Y el buen sacerdote volvió a su ministerio rodeado del cariño de su gente.
Y colorín colorado está historia, que nada tuvo de cuento, se ha acabado.




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