viernes, 10 de noviembre de 2017

CARTA DE INVIERNO



Querido amigo:

Ya se que me has dicho que no te hable.
Que me has rogado que no te busque.
Que me has urgido para  que te olvide.
Pero es que los grillos me susurran repetidamente al oído tu nombre cuando cada noche camino por esta vereda bajo el cielo estrellado cuando salgo del trabajo.
Desde que te fuiste ya no acierto a recrearme contemplando las mimosas que se mecen en el árbol cuando paseo por la alameda del parque en el que me diste la mano por primera vez. Recuerdo la primera vez que viniste a buscarme. Cinco minutos por estar contigo lo merecen, me dijiste.
  Enredados, entre los brotes de los tamarindos,  adivino, bajo la  luz de las farolas, los posos de  aquellas miradas que me acariciaban cuando paseábamos enlazados haciendo proyectos que ninguno de los dos creíamos posibles alcanzar. Pero caminábamos desgranando sueños revoltosos que peinábamos acuñados por la brisa que nos regalaba la noche. Cerca de nosotros, el río discurría sereno.
Mientras recuerdo tus inexplicables silencios intento descifrar una vez más la razón por la que no he podido olvidarte mientras cavilo por que tú tampoco has logrado borrarme de tu recuerdo.
El desgranar de los días ha conseguido robarnos muchas cosas pero no ha borrado ni uno solo de los momentos que me legaste, los nombres que me prestaste o las vivencias que remontándote a lo más íntimo de tu alma quisiste compartir conmigo. 
No tengo demasiadas fotos. Nunca te gustó compartir reliquias ni fuiste amigo de obsequios materiales pero guardo entre mis más preciados bienes aquel bote de cenizas con las fotos de aquella mujer rubia que tanto significó en tu vida quizá por la dolorosa huella indeleble que te dejó a su paso.
Recuerdo la noche en que te fuiste, aquel olor a lilas que perfumaba la estancia vacía de muebles en la que nos dimos el último abrazo. Un abrazo que me supo a suspiro agonizante...como el amor que nos cobija y que se resiste a marchar...como esa enredadera erradicada que pugna por retozar rebelde mostrando sus verdes garras por cualquier lado del terruño.
Quisiera que ese jardín que cuidas con tanto esmero fuera la piel en la que yo habito. Que me mimaras, abonaras y cuidaras con el mismo esmero que acaricias las suaves flores de los jazmines que pronto asomarán en esta primavera prematura que amenaza con alterar el ritmo normal de las estaciones. 
Nosotros ya entramos en nuestro invierno.
Ayer peiné varias nuevas canas. Pero me resisto a disfrazar la verdad engañando al tiempo. Soy lo que soy y detesto la mentira, por eso siempre me costó encajar una parte de este amor que aún pervive pese a la distancia y el tiempo. ¿Será verdad que nos hemos querido? ¿O simplemente nos dejamos seducir por un sueño sin desenlace que nos endulzó como una quimera para que tu y yo hayamos podido soportar la hedionda herida que la rutina abrió en nuestros pechos sedientos de novedades?
Al declinar de mi vida quiero hacer recuento de las citas que planeamos y que nunca llegaron a producirse, aquellas escapadas deliciosamente perversas que nos llevaban a Paris para caminar cogidos de la mano a orillas del Sena. Conseguimos ir, pero separados por años y gentes que nos revelaron las delicias de la ciudad de la luz.
Mientras te escribo esta carta espero a que mi hijo venga a buscarme. Vamos al cementario. Su padre falleció ayer. Le quisimos mucho. Juntos hemos tenido una vida tranquila y apacible. En sus brazos hallé la serenidad y reposo que mi alocado temperamento necesitaba para vivir una vida de paz. La que nunca alcanzamos mientras estuvimos juntos.
Creo que esta será nuestra misiva número cincuenta desde aquella primera que me escribiste en la que me rogabas encarecidamente que no te hablara, ni te buscara y que te olvidara.
Ya ves que por enésima vez no te he hecho caso.
Cuídate mucho y no abuses del deporte. Ya no estamos en edad de hacer locuras aunque daríamos lo que fuese por hacer una juntos. Seguramente la última. Un guiño a esta juventud que ya nos abandona mi querido amigo.
Te quiero...no lo olvides. Siempre acaba escapándose este final revoltoso.

Tuya Violeta.



Violeta Stein Schindler

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