A menudo
recelamos más de la cuenta.
Siempre les
queda algo.
Mucho más de
lo que pensamos.
Lo realmente
importante cala en ellos y fructifica. Están diseñados para capturar la belleza
y nutrirse de ella.
Por eso, aprovechando
el descanso estival, reviso mi práctica docente y siempre decido comenzar
de nuevo cada curso de la misma manera.
Les recuerdo
la parábola de la oveja perdida. Aquella que narra la historia de un pastor que
como empresario era un desastre. Lejos de centrarse en criterios cuantitativos
de productividad que aconsejarían tener contento a la mayoría, el zagal
decidió abandonar el rebaño para
rescatar a una pobrecita extraviada que no debía valer gran cosa. La buscó
incesantemente y olvidándose un poco del resto se afanó por recuperarla. Y una
vez rescatada se la cargó sobre los hombros para incorporarla de nuevo al
rebaño. No le importó recorrer caminos, emplear tiempo en su búsqueda, quedarse
afónico de tanto gritar su nombre. Aquella ovejita era infinitamente valiosa.
Única, irrepetible, insustituible. Como cada uno de esos alumnos y alumnas que
se sientan detrás de nuestros pupitres. En especial aquellos que andan más
despistados que el resto.
Ellos saben
que es nuestro lema. Somos VIP. Very important person. Siempre esbozan una
sonrisa cuando les hablo de esto en clase. Sonríen cuando les aseguro que quien
les diseñó rompió el molde tras su nacimiento. Les encanta sentirse
importantes.
Recuerdo
aquella niña quebrada por una fuerte crisis adolescente. Después de una llamada
de atención por haber estado jugando con
una cuchilla para atraer la atención de profesores y padres me miraba con ojos
un tanto perdidos preguntándome. ¿De verdad que yo valgo profe?
Pues claro que
si pequeña. Por ti Cristo derramó con un amor infinito hasta la última gota de
su sangre. Todos somos VIP. Tú también.
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