martes, 12 de septiembre de 2017

HUESOS




Andábamos acelerados aquella mañana.
Con las prisas no me quedó otra que dejar a Bogman sin su habitual hueso de desayuno.
A menudo me olvidaba de él. No era un bicho al que le hubiera tomado cariño. Con frecuencia se mostraba rencoroso y puñetero. Más de una vez se había tirado a morderme. Fue la idea de los niños del gueto la que le había salvado de la perrera.

.- ¡Adam! ¡Baja!

Irena Sendler había llegado más pronto de lo habitual.
El celo de mi amiga  por salvar a aquellos niños no tenía fondo. Cada día llegaba antes. Decía que era más fácil pasar desapercibido a primera hora entre aquellos gorilas alemanes.
Mi  preciosa y rubia amiga, enfermera polaca, se jugaba el tipo cada vez que entrábamos en el gueto. Parecía no conocer el miedo.
Pero tenía razón. El gueto hasta las diez de la mañana se veía desierto. Quizá guardando luto por las pérdidas del día anterior. Cada mañana una buena partida de judíos se embarcaba rumbo a Auschwitz en uno de aquellos trenes infernales.

Aquella mañana habíamos pensado llevarnos cinco niños: Marek, de tres, Leyla de ocho, Lukash de siete, Jarek de cinco y Alfred, que tan sólo contaba con dieciocho meses.
Cada día estaban más delgados. Cuando les tomábamos en brazos daba la sensación de estar recogiendo un montón de huesos hilvanados. Huesos como aquellos que Bogman tomaba cada día a primera hora del día.

Bueno, cada día excepto aquel...

Irena tenía apuntados todos los nombres de los que habíamos salvado. Guardaba celosamente la lista en un tarro de cristal escondido en el sótano de su casa.

.- Así algún día podrán volver con sus familias. Me decía esperanzada.

Me preocupaban especialmente Alfred y Marek, los benjamines del grupo. Los pequeños solían aullar cuando los metíamos en la ambulancia. No dejaba de ser un receptáculo oscuro, lejos del calor familiar. Encerrados con dos desconocidos en tensión y un fiero pastor alemán. Precisamente alemán...

Por eso la estrategia de pisarle el rabo a Bogman con fuerza para que ladrara tapando los aullidos de los niños estaba funcionando a la perfección.

Aquel día delos cinco sólo pudimos llevarnos a cuatro. La familia de Lukash había sido ya deportada. El pequeño Alfred dormía plácidamente cuando su madre nos lo entregó entre callados sollozos para no despertarlo.

No sé cómo pude olvidarme de atarlo

Subimos rápidamente al vehículo.

De pronto, una vez dentro el bebé comenzó a llorar, le siguieron Jarek y el pequeño Marek. 
Irena,como de costumbre buscó a Bogman para pisarle con fuerza el rabo pero el perro, libre de ssu ataduras habituales, se había refugiado bajo la guantera, en el asiento del copiloto. Degustaba con hambre  de muchas horas el contenido de una bolsa que yo había comprado y olvidado la noche anterior. Justamente la que albergaba su desayuno no consumido.

 El pastor alemán se deleitaba a esas horas recreándose con glotonería avariciosa en el disfrute de su hueso mañanero,





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