martes, 6 de diciembre de 2016

VALLADOLID




   Dice mi amiga María, inteligente y preciosa granaína, que siendo esta que escribe leonesa, no es aconsejable arriesgarse a escribir una entrada ensalzando las bondades de una ciudad que para muchos de mis paisanos significa el yugo y la humillación legionense.María dice que puedo herir susceptibilidades. Yo no lo creo.
   Aunque es obvio que la rivalidad es cierta. Hay muchos que pregonan la soberanía del instinto territorial sobre el resto de debilidades humanas, yo no lo percibo así, al menos en mi caso. Amando mucho mi tierra, creo que el cariño a lo propio no excluye la posibilidad de querer otros lugares. Por encima de todo está el cariño hacia las gentes que habiten cualquier terruño y eso, a menudo, incluye querer lo que ellos quieren.
Y es que de esa tierra he recibido muchas cosas. Medina del Campo me dió la alternativa como docente. Y en Valladolid trabajé en uno de los mejores centros de Educación Secundaria de la capital. Allí  conocí a varios colegas  de los que aprendí mucho. Y allí conocí a mi María.
   Ayer regresé una vez más para abrazarme a una ciudad galana, espléndida, envuelta en el refulgente resplandor de la iluminación navideña. Embriagada de vida, bulliciosa del gentío de familias que guardaban cola para subir a sus más pequeños en el tiovivo de época. Toda esa algarabía hacía aún más aurea la fuente dorada que da nombre a la plaza donde converge el ritmo de la ciudad. 
   Recorrer el casco histórico,  deleitarnos contemplando palacios y monumentos, perdernos acariciando las páginas de algún libro en alguna de sus librerías, dejarnos  arrastrar por la coquetería probándonos la bisutería vintage de la última tiendecita que han puesto en la calle Santiago, y por la tarde disfrutar juntas en los cines Casablanca de la proyección de una de las películas más interesantes que he visto últimamente: Foodprints de Juan Manuel Cotelo, una historia de la peregrinación que un grupo de americanos hacen por el camino del norte a Santiago de Compostela. Lo cierto es que ese fue uno de los motivos para viajar ayer a la capital. Anuncian que la película permanecerá todas las navidades en cartelera si sigue con tan buena acogida. En parte este éxito es tuyo mi luchadora amiga y colega Nines.
  
   María dice que Valladolid es como una señora mayor resultona, no tiene ningún atractivo que arrebate pero sabe maquillarse con muchísima maestría y elegancia y el resultado final es magnífico: una mujer elegante, correcta y con un saber estar que le ha valido para colocarse en la lista de las más populares. Y es que esta noble tierra castellana fue cuna de reyes ilustres como Felipe II, lugar de paso y descanso para grandes santos como San Juan de la Cruz y Santa Teresa, sede de enterramiento  para el almirante Cristóbal Colón. Hoy es una ciudad próspera: un lugar donde es posible nacer, crecer y morir sin miedo al futuro.

  Ayer recordé agradables paseos por las márgenes del Pisuerga, cerca del Paseo de Isabel la católica, jornadas gozosas y acontecimientos importantes que atesoro en mi corazón. Siempre me siento acogida cuando vengo a esta tierra.
   
    Un lugar que me ha marcado, sin duda. 
  
  Quizás tengas razón, querida andaluza, cuando dices que mi cariño por esta capital castellana viene fundado en el gran apego sentimental que me han generado algunas de sus gentes. Imposible olvidar el cariño que recibí de los alumnos del Núñez de Arce cuando me despedí. De hecho mantengo una intensa amistad con David, que ya es un miembro más de mi familia como lo es María.
Se que seguiré recibiendo más cosas de este lugar que ya es un poco mío.
      
    María, vas a tener razón. Te lo he dicho muchas veces, además de buena, eres muy sabia. Será cosa de tu segundo nombre...

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