jueves, 1 de diciembre de 2016

LAS CERCAS





   El sonido de mis tacones retumbaba en toda la calle mientras caminaba por este escenario medieval. Quise recorrer el lugar después de leer una noticia que alertaba sobre el abandono a que está sometido. 

   La calle de las Cercas es un rincón mítico y durante muchos años proscrito del casco histórico leonés. Pero siempre me ha parecido que tiene el arrebatador encanto de lo clandestino. A la adrenalina que se descarga ante el temor a que te asalte cualquier desaprensivo se une la precaución que uno debe mantener  al caminar por su empedrado. Hay que ir con cautela para evitar pisar algún excremento animal o utensilios de otra índole como jeringuillas o profilácticos. De hecho al final de la calle una pandilla de adolescentes trapicheaba al calor de los efluvios del hachís.


Pero hoy por la noche las Cercas lucía hermosa.
La sombra de las almenas se proyectaba sobre la pared dibujando un escenario medieval en el que en cualquier momento podría surgir un caballero dispuesto a defender a su princesa en apuros. Era como pasear por el adarve de un castillo hermosamente iluminado por la luz de la luna.

   
   Esta mañana estuve paseando por otro pasillo luminoso. La luz del sol se colaba a través del cristal realzando los hermosos tonos pastel de las paredes recién pintadas. Olía a limpio, a nuevo. Me sorprendió encontrarlo tan despejado y solitario sin que por ello perdiera ni un ápice de calidez y armonía. Al llegar al despacho de Jefatura de estudios el banco que descansa en el pasillo al lado de la puerta también se encontraba extrañamente vacío de alumnado, no era lo habitual antes de irme. Y al entrar en el despacho y en la sala de profesores  caras amigas me regalaron sonrisas cercanas y francas. Y sentí el afecto y cercanía de personas queridas.
Varios alumnos me abrazaron con mimo. Reviví historias pasadas y no tan lejanas. 

   Y entonces recordé la historia de cierto arte japonés llamado Kintsugi: consiste en reparar objetos rotos uniendo los pedazos quebrados. Estos artistas enaltecen esos pedazos rellenando las grietas de las uniones con oro. Ellos piensan que cuando algo ha sufrido daño y tiene una historia se vuelve mucho más hermoso, lo llaman la belleza de la fragilidad. 


Si. Hoy volví de nuevo a mi anterior instituto.

  Lucía espléndido y todo en él exultaba luz. Quise recoger los reflejos de los brillos áureos que despedía cada rincón. Aspiré con profundidad la belleza que emanaba de todo lo que surgía a mi paso y recordé el título de un libro que leí hace tiempo: el valor divino de lo humano. 

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