En cierta ocasión escuché que el día de hoy conmemora a todos los santos que no han sido oficialmente reconocidos por la iglesia. Son los llamados santos anónimos.
Pienso en ese nutrido número de seres que han sido azotados por la mala fortuna: adiciones esclavas, enfermedades que destruyen hogares, mujeres que soportan situaciones insostenibles por bien de la prole, hogares de acogida que cuidan familiares ancianos de carácter imposibles en lugar de aparcarles en la residencia más próxima, desplazados que soportan la pena por su hogar arrebatado, niños maltratados, mujeres explotadas, jóvenes acosados, personas que sacrifican todo por amor...
¡Cuantas lágrimas habrán brotado de sus ojos!¡Cuanto dolor habrán soportado en silencio!.
Pienso en ejemplos concretos. Muchas de esas personas que ahora vienen a mi mente no son habituales de sacristía. Tampoco acuden a oficios religiosos semanales y probablamente no conozcan o recuerden oración alguna pero estoy segura de que a ese Dios misericordioso que se conmueve en las entrañas ante el sufrimiento humano no le importa demasiado el no verles a menudo por la iglesia...
Él sólo desea atraer a los suyos hacia si, como cualquier Padre y esos hijos que sufren le son especialmente queridos, así que no le costará nada llevárselos al paraíso como le prometió a aquel pobre diablo al que clavaron al lado de su Hijo.
Expedientes anónimos que forman parte de ese listado de bienaventurados.
Bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados.
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