martes, 3 de mayo de 2016

POR UN PUÑADO DE MANZANAS





.-¡Alarga la mano y coge esa manzana verde que asoma entre las rejas!

Julia temblaba de los pies a la cabeza pensando en que alguien pudiera descubrirla cometiendo semejante fechoría. Y fue justo en el momento de culminar la gesta cuando Ramiro apareció súbitamente escopeta en mano dando voces cuyo sonido era amplificado por los caprichos de un eco burlón.

Los chavales corrieron despavoridos como almas llevadas por el diablo cuesta abajo mientras reían a mandíbula batiente acordándose de los calzoncillos largos y raídos del histriónico Ramiro. Tan honorable con su traje gris marengo, gemelos y corbata a rayas los domingos en misa de 12 y tan derrotado momentos antes cuando desaforado clamaba venganza por la fruta hurtada impunemente portando una escopeta seguramente descargada.

.- "¿Agüelaaaa....está la cena ya? ¡¡Jod... hay hambre!!

La vieja Julia fue rescatada de sus ensoñaciones justamente cuando acababa de terminar de bajar imaginariamente la cuesta. 

Era  su nieto David el que la había importunado con sus bramidos de becerrillo hambriento a la par que jugaba con la Play mientras su otra nieta, Ana,  se deleitaba haciendo selfies entre postureos delante del último móvil que había conseguido de sus padres. 

La familia había sido tomada por la tecnología digital. Nadie hablaba durante el desayuno, ni durante la comida, o la cena. Todos había sido pantallizados como aquellos cortesanos que se quedaron dormidos tras el letargo de la princesa durmiente. Todos dormían al ritmo vampirizante de las pantallas.

Por eso la anciana Julia acariciaba sus recuerdos del mismo modo que el avaro acaricia sus tesoros recorriendo sus recuerdos lentamente. Recreándose en los detalles, gestos, palabras. 

Como lo que sucedió aquella tarde en su pueblo con las manzanas.

Los suyos habían sido tiempos en que los chiquillos eran capaces de jugarse el tipo por un puñado de manzanas a la par que se batían el cobre por darle vida a sus canicas. Horas en que la tarde se hacía auditorio para escuchar historias de miedo que luego llenaban las noches de ojeras fantasmagóricas e historias increíbles. Tiempos de carne y abrazos, de miradas y risas sin testigos digitales de por medio.

¡Venga dejad el móvil David, Ana!¿No deciais que teníais hambre?


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