lunes, 2 de septiembre de 2013

Hannah Arendt y propósitos para el nuevo curso.





Pues me ha impresionado la película.
Desde que la vi, no paro de darle vueltas.
 Hannah Arendt es filósofa, pensadora y periodista, judía alemana exilada en los Estados Unidos y superviviente de un Campo de concentración. Es enviada a Jerusalén por The New Yorker a cubrir el juicio del criminal de guerra nazi Adolf Eichman, quien es juzgado y consenado a muerte. Durante cuatro años trabaja incesantemente escribiendo un libro titulado "Informe sobre la banalización del mal", el cual provoca inmediatamente un revuelo.
  La filósofa, desde una interesante honestidad intelectual, hace un anáisis que descoloca en primer lugar a sus amigos judíos y en segundo lugar a todo su entorno.
  El meollo de su análisis viene a afirmar que los culpables del mal no son los que dictaron las órdenes de ejecución, o firmaron los documentos que posibilitaron las salidas de trenes con los deportados a los campos de exterminio, ni tan siquiera los cabecillas del partido nazi.
  Los culpables del mal son todos los engranajes del sistema que están perfectamente coordinados y colocados para que todas las fichas del dominó vayan cayendo en aras a un objetivo común: la eliminación de los seres humanos que resultan innecesarios. Entre esos engranajes había judíos complacientes que tampoco levantaron el dedo para frenar la barbarie.
  Una de las afirmaciones que la filósofa hace en la película - magistralmente interpretada por la alemana Barbara Sukowa - es que una de la estrategias para que los alemanes consiguieran su propósito es la de convencer a los judíos deportados que no eran necesarios . Despersonalizarlos absolutamente, relativizar sus existencias, vaciar sus almas y mentes de contenidos para que no lucharan. Y eso mismo se aplicaba a sus captores y ejecutores: no son necesarios,sólo un engranaje más, ni tan siquiera culpables, burócratas anónimos  sin personalidad, anónimos, asépticos, incoloros, inodoros, insípidos...como Eichman. Eso también forma parte de lo que la filósofa llamó la banalización del mal. El mal no es radical - afirma la filósofa - sólo el bien lo es. El mal se diluye  y extiende lentamente como una mancha de aceite.
  Yo también opino de esa manera. El bien es radical porque compromete de lleno. ¿Será eso por lo que nos llaman radicales a los que queremos vivir el Evangelio con plenitud como Él lo hizo?. Pues claro que si. Ser cristiano es ser radical, porque no me conformo con las cosas como están: no tolero (difícil término en una sociedad donde la palabra tolerancia es dogma), pues bien NO TOLERO una sociedad que elimina consciente, deliberada, consensuada y legalmente vidas humanas llamándole a eso derechos reproductivos, NO TOLERO una sociedad donde sólo se habla de pobres para llenar los minutos muertos de sobremesas tediosas, NO TOLERO que se eche a las gentes de sus casa para que los bancos engrosen sus beneficios aún más, NO TOLERO la corrupción de menores a manos de los poderes públicos ni de ningún otro poder. NO TOLERO que unos tengan tanto y otros se mueran de hambre por las calles.

  Decían en mi pueblo - cómo son -dame una borracha y yo me encargo de lo demás. Habrá que cambiar el dicho. Dame una mente hueca, un ser que no piense que yo me encargo del resto.

  Propongo empezar el nuevo curso escolar PENSANDO y ACTUANDO. Si nos quedamos quietos llegará la mancha de aceite y dejaremos de ser agua que aunque sea también incolora, inolora e insípida hace germinar la VIDA a su alrededor.

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